viernes, 18 de julio de 2008

Frankenstein


Reproduzco algunos fragmentos de una nota de Caparrós sobre los últimos 150 días de des-gobierno. Es un tipo que me cae mal, pero que en muchos casos piensa como yo, que me caigo bien.

No se enfrentaban a nadie. Hace cuatro meses, cuando empezó este baile, sus peores enemigos eran la inflación, las sospechas de corrupción, el INDEC, la posibilidad de que, si acaso, a Macri no le fuera tan mal, o sea: no tenían enemigos. Sin embargo, empezaron a hablar como si los tuvieran –y todo parecía tan extraño. Hasta que consiguieron producirlos.

Por eso no creo que el tema de estos días sean esas retenciones, algunos puntos más o menos: lo que se discute, ahora, es el resultado de una de las series de errores políticos más notables de la historia argentina reciente.

Primero fue esa resolución 125 llena de errores técnicos y fundada en el peor error político: no diferenciar a grandes y chicos y empujar a las rutas a una cantidad de gente que jamás habría salido si el Gobierno hubiera establecido esas diferencias. Ahí empezó todo: el Gobierno creó la masa crítica en su contra y posibilitó una alianza inverosímil entre chacareros y terratenientes. 

Su otro error original fue no hablar, desde el principio, de redistribución. Empezaron por decir que se llevaban esa plata sin decir para qué, y tardaron meses en ofrecer unas promesas vagas y etéreas, sin anuncios concretos. Y, además, omitieron coparticiparla, con lo cual se peleaban con sus aliados provincianos. 

Justo después vino otro error: aquel tono crispado que la mayoría no entendió ni consideraba necesario, y que los alejó de mucha gente que hasta entonces los apoyaba. Y que no enmendaron cuando vieron que no funcionaba; al contrario, redoblaron la apuesta y empezaron a hablar de golpes, de grupos de tareas increíbles. 

Hasta el error final: tras meses de idas y venidas, y sin ninguna convicción, porque no encontraban otra vía, mandaron la resolución al parlamento: era obvio que el debate aumentaría los conflictos y divisiones que ya asomaban en su propio bloque de poder. 

(Y dejamos de lado mucho error menor. Los técnicos, como aquel que hizo que la retención rechazada ayer terminara favoreciendo a la soja sobre el maíz y el trigo, por ejemplo. O los de esta semana: salir a la calle el martes a perder una pelea cuantitativa que nadie les obligaba a dar, no ser capaces de calcular los resultados del Senado, comprarse a Saadi cuando ya no servía.)

También fue un error hacer de este conflicto una cuestión de supervivencia, todo o nada. ¿Ahora cómo van a hacer para explicar que la derrota no fue tan importante? Los errores son legión pero truena, por encima de todo, el gran error: la creación de Frankenstein, el monstruito enemigo.

Frankie es un espanto: la mezcla más extraña, la receta que nadie habría podido imaginar –Urquía y la CCC, Buzzi, Carrió y Barrionuevo– y actúa abominable muchas veces: racista, clasista, gorila de opereta, patriotero. Otras, en cambio, se pone inteligente o astuto o eficaz, progre o conserva, tan variado. Es obvio que va a ir perdiendo piezas: la Rural y Castells no pueden seguir juntos mucho tiempo. Pero aún así le van a quedar varias y quién sabe adónde irá; para facilitarle el camino, quedará en millones de personas esta sensación de antagonismo con el Gobierno, de que nada de lo que haga va a estar bien. Y todo lo consiguieron casi solos, por sus propios méritos. 

El rechazo de las retenciones, en cambio, fue mérito –o demérito– de muchos otros. Fue un triunfo de la política, de lo que me gusta entender por política: la participación y la movilización en pos de un objetivo. Es casi un chiste cruel que el mayor ejercicio de democracia directa de los últimos tiempos haya llegado de la mano de algunos que muchas veces se cagaron en la democracia: es otra de las contradicciones de esta historia de contradicciones incansables. Aunque hay cierta justicia poética en el despropósito: al kirchnerismo le ganó la participación que sus jefes deberían haber encarnado y fomentado –por supuesta tradición, por supuesto proyecto– y siempre despreciaron, hasta que, en pleno susto, convocaron a otro rejunte extraño.

En cualquier caso, ganó la versión menos mediada, más movilizada de la política: una democracia un poco más directa, menos presa de sus “representantes”. Ojalá sea un ejemplo: que el mismo grado de movilización pueda reclamar que los hospitales no sean chiqueros, que en las escuelas se enseñe, que los transportes funcionen, que los más pobres coman, que haya igualdad en serio. Que la movilización no quede sólo del lado de los que quieren –un poco más de– plata.

2 comentarios:

el popo dijo...

totalmente de acuerdo, che.
saludos.

Anónimo dijo...

Una pinturita. Tal cual!!